Redacción - María Moltó

27 noviembre 2006

CONCIENCIA GLOBAL POR LA LIBERTAD


Difícilmente otro espectáculo en la historia de la música haya conseguido evocar a un mismo tiempo tantos sentimientos en un número tan importante de personas. Al contemplar, más de quince años después las grabaciones de The Wall Live in Berlin, el macroconcierto organizado por Roger Waters, de Pink Floyd, en la Potsdamer Platz de Berlín, junto con un elenco de renombrados músicos y cantantes de la ápoca todavía se puede percibir la existencia, durante unas horas, tal vez días, de una conciencia global por la paz y la libertad.
La puesta es escena y la coreografía fue arriesgada y audaz. Apenas seis meses después de la caída del muro que había tenido al país partido por la mitad durante casi treinta años, un grupo de artistas liderados por Waters transformó en un concierto multitudinario el álbum (1979) y la película (1982) The Wall, una adaptación biográfica de la vida del cantante de Pink Floyd.
El hilo argumental de la película, cargada con una fuerte simbología y dentro de la corriente psicodélica que tanto influyó en los ochenta, se fusiona a la perfección con la situación que vive Berlín y el conjunto de Europa, tras la caída del muro. Scorpions, Sinead O'Connor, Joni Mitchell, Bryan Adams, Paul Carrack, Van Morrison o la Banda Militar de la Armada Soviética (en proceso de desintegración) dan vida al complejo mundo interior de Waters. Un universo compuesto por muros creados para aislarse de la realidad y que le lleva a una situación de fantasía auto-destructiva. Finalmente, tras un juicio ficticio, es obligado a derribar el muro y salir al exterior donde podrá de nuevo sentirse liberado y volver a fluir.
Cada capítulo de esta historia fue interpretado por un artista, en un concierto que duró más de dos horas, con cortes de luz incluidos y que fue retransmitido en directo a más de cincuenta países. El paralelismo existente entre el muro de Waters y el Muro de Berlín resulta claro. El apoteósico final que llevó a la destrucción de la gigantesca pared construida durante el concierto y la pieza final en la que intervienen todos los músicos juntos, trasladó a los asistentes de la Potsdamer Platz, más de un millón de personas, a una extasiante sensación de libertad.